Estamos tan absortos en combatir esta pandemia, que hemos dejado a un lado un análisis más profundo de lo que este desastre realmente significa y que llama más que nunca a la humildad. Porque estamos llenos de soberbia. La soberbia de un gran país del norte que fue invadido y está siendo derrotado por primera vez en su historia por este enemigo extraído de las insondables profundidades de la evolución, ya que quizá son el origen de todos los seres vivos de este planeta.
Publicado en El Mostrador el 17 de abril de 2020
Por Ramón Latorre
Todo comienza con el Holandés errante, barco sin rumbo y sin tocar tierra. Cruceros que partieron cantando canciones de alegría y hoy están detenidos en medio de un mar que no los deja tocar tierra. Pero esta vez no fue dios el castigador el que los dejó en medio de la nada sino un habitante invisible de nuestro mundo. Quizá la mejor definición fue la que dieron los biólogos Jean y Peter Medawar quienes nos dicen que: “Un virus es simplemente un montón de malas noticias envueltas en proteína”. Formado por un material genético que llamamos ácido ribonucleico y rodeado por una membrana que puede ser disuelta por el alcohol o destruida por el jabón, este formidable enemigo nos tiene a todos en jaque. Es capaz de sobrevivir a las más adversas condiciones y silenciosamente se traslada, con la velocidad de Mercurio, de un ser humano a otro.
Vino de algún animal vendido para deleite de algunos comensales en una ciudad china que se llama Wuhan, en donde los apetitos van a través de toda la escala zoológica, tomando prestados los cuerpos de más de ochenta mil de sus ciudadanos. De ahí, saltando a través de aire, mar y tierra, se trasladó al resto del planeta Tierra para provocar una pandemia que no conocíamos desde el tiempo de la gripe española, que infectó a 500 millones y dejó un estimado de más de 17 millones de muertos. No hay cura aún, solo esperar que por algún motivo caprichoso se vaya y mientras tanto fortificarse en nuestras casas con la esperanza de no estar dentro de la estadística de los muertos.
Estamos tan absortos en combatir esta pandemia que hemos dejado a un lado un análisis más profundo de lo que este desastre realmente significa y que llama más que nunca a la humildad. Porque estamos llenos de soberbia. La soberbia de un gran país del norte que fue invadido y está siendo derrotado por primera vez en su historia por este enemigo extraído de las insondables profundidades de la evolución, ya que quizá son el origen de todos los seres vivos de este planeta. La soberbia de una economía injusta y la soberbia de creernos el cuento de que ahora estábamos en el proceso de convertirnos en dioses como lo pronostica un libro que tiene el rimbombante nombre de Homo Deus. Bastó esta criatura invisible para ponernos de rodillas. Lo que nos llama a recapitular que, de acuerdo con el diccionario, significa: reducir a términos breves y precisos lo esencial de un asunto o material.
El asunto y el material es el coronavirus, aunque no lo veamos. Lo esencial ahora es lo que podemos y debemos aprender de esta lección como seres humanos. Lo primero, una visión de esos mapas que lo pueden ver todo desde el espacio nos dice que los cielos de China se han limpiado. La tragedia italiana permitió la transparencia de los canales de Venecia y un puma apareció en el barrio alto de Santiago. Otros me dicen que andan cóndores en la ciudad. Se podría decir que los animales están oliendo la limpieza de nuestro ambiente. No queda duda alguna, entonces, que esta horrible tragedia nos está demostrando lo que ya sabíamos: estamos matando a nuestro planeta.
¿No será entonces el tiempo para que, aprovechando el silencio de nuestras propias casas, comencemos a dejar los falsos ídolos a un lado y crear una sociedad más alegre y menos concientizada por el lucro, o aquel dicho “no dejes para mañana lo que puedes ganar hoy”? ¿Por qué no podemos ahora, que finalmente nuestro pequeño enemigo nos obliga a aislarnos, comenzar a pensar el mundo del mañana? ¿Qué es aquello que, en esta soledad impuesta, nos haría felices?
Este golpe que nos da la naturaleza debería obligarnos también a recapacitar y darnos cuenta de que estamos sometidos a un montón de dioses con pies de barro. Por ejemplo, si esta economía fuera tan a prueba de balas, ¿cómo es posible que un pequeño montón de moléculas bien organizadas en la forma de un virus la hace tambalear urbi et orbi? Toda nuestra inmensa tecnología y todos nuestros adelantos científicos han sido puestos de rodillas.
Sin embargo, estoy seguro de que derrotaremos al flagelo por la sencilla razón que somos unos seres que resuelven problemas por más complicados que ellos sean como lo ha demostrado el Homo sapiens desde sus albores. Seguro que aparecerá la bala de plata que en forma de una vacuna o de un fármaco lo mantendrá a raya. Aprovechemos entonces este empellón que nos da la naturaleza para reconstruirnos como seres humanos y hacer de este planeta un mundo mejor y más justo para todos.