El 13 de Mayo, Patricio Orio, investigador del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso (CINV), se refirió a sus estudios sobre el cerebro y sus mecanismos para enfrentar algunas situaciones, en entrevista con Francisco Aravena y Polo Ramírez en el programa Aire Fresco de Radio Duna (89.7 FM)
Fecha de la entrevista: 12 de mayo de 2020
Personas que acaparan alimentos en forma desproporcionada o el centenar que bebió cloro en EE.UU., podrían retratar ese comportamiento. Las respuestas extremas surgen cuando los humanos perciben su supervivencia amenazada y necesitan retomar el control.
Publicado 07 de Mayo de 2020 en La Tercera
Por Paulina Sepúlveda
Nuestro cerebro opera prediciendo más del 80% de las tareas que desarrollamos cotidianamente. Se trata de una capacidad adquirida durante siglos de evolución. Una ventaja que nos permite tomar las decisiones más apropiadas en un mundo muy dinámico.
A nivel sensorial, por ejemplo, la habilidad de anticiparse a lo que ocurrirá permite que nuestras neuronas puedan procesar la información de forma más eficiente y el organismo ahorre energía.
En el largo plazo, esa capacidad de tomar decisiones para el futuro y de anticiparse, es lo que los expertos dicen, ha separado a la especie humana del resto de los animales.
Sin embargo, dicha capacidad hoy está en tensión. Y la causa es la pandemia, asegura el investigador del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso (CINV), Patricio Orio, quien explica que la falta de certezas por el escenario sanitario mundial –con cientos de millones de persona en confinamiento, muchas de ellas con sus fuentes laborales amenazadas– desafía nuestra capacidad de planificar el futuro.
¿Ejemplos? Personas que acaparan alimentos en forma desproporcionada o el centenar de que bebió cloro para combatir al nuevo coronavirus en Estados Unidos, a sugerencia de Donald Trump, podrían retratar ese comportamiento. Las respuestas extremas surgen cuando los seres humanos perciben su supervivencia amenazada y necesitan hacer algo para retomar el control.
“El encierro y la angustia tiene mucho que ver con lo que está subvertido en este momento, que es nuestra funcionalidad de hacer predicciones sobre el futuro”, destaca. Y no se trata, dice, de los gobiernos y autoridades, que tampoco pueden hacer predicciones precisas, sino del ciudadano que ve su trabajo amenazado o el estudiante que no sabe cuándo podrá regresar a la universidad. “Todos estamos en una situación con pocas certezas”, agrega Orio, y nuestro cerebro lo resiente.
Orio estudia los mecanismos de multiestabilidad del cerebro, una característica de los circuitos neuronales que serían la base de adaptabilidad a nuevos escenarios y la búsqueda de nuevas soluciones. Una elasticidad que el cerebro desarrolla aun en ausencia de estímulos externos e incluso al no existir actividad aparente, como por ejemplo, al dormir.
Un estudio del CINV, liderado por el académico y publicado por la revista internacional Chaos, indagó cómo esta dinámica emerge aun en simulaciones de redes neuronales, donde hay componentes caóticos y aleatorios.
Frente a un escenario tan complejo como desconocido, un factor diferencial podría estar en la capacidad adaptativa de nuestro cerebro, y las estrategias que los individuos utilicen para a modificar su estado habitual. “Es una de las razones por las cuales es conveniente tener un cerebro capaz de configurarse y reconfigurarse de distintas maneras”, sostiene Orio.
Máquina predictora
El cerebro, para entenderlo, se puede comparar con una aceitada máquina predictora. Este mecanismo evolutivo se originó para intentar predecir lo que nuestros sentidos percibirán antes de que ocurra. “Todos nuestros sistemas sensoriales (visión, audición, tacto, etc.) están constantemente operando bajo esa dinámica, lo que reduce la cantidad de información a procesar porque la mayoría de las veces la predicción se cumple”, dice Orio.
A nivel sensorial, podemos encontrar un ejemplo de esto cuando conducimos y sólo se necesita un breve vistazo para saber qué autos hay alrededor. Pero eso a veces falla, y debemos ir corrigiendo nuestras expectativas sobre el entorno, dice el investigador, aunque también, en el proceso, se generan ilusiones. “De hecho, la mayoría de los ‘trucos de magia’ se basan en engañarnos usando nuestras expectativas sensoriales”, aclara.
“Según varios investigadores, nuestro gusto por la música y varias formas de juego son una estrategia para entrenar la capacidad predictiva del cerebro. Tanto en la música como el juego, hay reglas y eventos predecibles dentro de los cuales además surgen cosas nuevas y pequeñas situaciones inesperadas que también nos generan placer“, explica.
Pero el cerebro también ha evolucionado para planificar en el mediano y largo plazo, utilizando nuestras habilidades de pensamiento abstracto. Los humanos hemos ido superando a otras especies, explica el investigador, porque nuestras capacidades de pensamiento abstracto nos dan la posibilidad de predecir a largo plazo, de hacer planes a meses o años de anticipación, sabiendo lo que va a pasar.
Es una estrategia de sobrevivencia que hoy es inestable. Orio lo explica: “En estos momentos de cuarentena, sabemos que mañana va a salir el sol, pero no cuándo podré volver a clases o recuperar mi trabajo. Y que no podamos predecir esas cuestiones es lo que tiene, a unos más que otros, muy complicados. Para muchos, es simplemente una fuente de estrés porque el cerebro siente que no puede cumplir su función”.
La amenaza a las certezas y a nuestra capacidad de tener las cosas bajo control, despiertan mecanismos de estrés como la ansiedad y el pánico, útiles en las respuestas de corto plazo, como huir de un incendio o evacuar una zona costera tras un terremoto. Pero en un escenario de pandemia, extendido por meses, dice Orio, “esto podría originar respuestas irracionales”.
La capacidad de predicción es lo que da ese control. “Tú estás en control de algo cuando sabes que si mueves el volante a la derecha el auto se va a ir a la derecha. Estar en control es ser consciente de que tus predicciones se cumplen. El control es ser capaz de saber que si suelto una pelota se va a caer. Si suelto una pelota y queda flotando, desafiando mi predicción, es cuando pierdo el control”, señala Orio.
En ese escenario, de pánico y pérdida del control, se explica por la interacción de diversas zonas del cerebro. Un rol central en ese proceso lo juegan las amigdalas cerebrales, conjunto de neuronas localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales de los vertebrados complejos.
La amígdala forma parte del sistema límbico y su papel principal es el procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales. Funciona enviando proyecciones al hipotálamo, la región donde se activa el sistema nervioso autónomo. Algunos investigadores señalan que, incluso, su tamaño se vincularía con nuestra capacidad de socialización.
El pánico se origina cuando la amígdala, que es el centro emocional del cerebro, busca que escapemos inmediatamente de la amenaza. Su respuesta se contrapone con la de la corteza frontal –que decide nuestro comportamiento– que nos insta a pensar racionalmente en la situación. Para ello, explica Orio, busca conectar con todas las áreas del cerebro relacionadas con la planificación y la toma de decisiones.
Pero este proceso puede tornarse caótico cuando aparece la ansiedad. La corteza frontal se confunde entre las múltiples interacciones cruzadas y entra en contacto con aquellas regiones que representan los peores escenarios posibles. “De este cortocircuito, que hace que la parte más racional de nuestro cerebro comience a ser gobernada por la emoción, nace el pánico”, dice.
La búsqueda del balance
Sin embargo, el investigador plantea que el pánico no contribuye a superar las amenazas a largo plazo. En esas etapas es cuando resulta más importante que la corteza frontal permanezca bajo control, alertando al individuo de la posibilidad de una amenaza y tomándose el tiempo para evaluar el riesgo y hacer un plan para actuar.
En este sentido, el balance entre comportamientos irracionales o racionales es clave para recuperar ese control. “Ante escenarios como el actual, el cerebro opera gran parte del tiempo haciendo un ajuste en esta dirección, interpretando la realidad haciendo uso de las propias creencias o aquilatando la recepción de nueva evidencia”, explica.
Son estos los dos recursos con los que contamos para recuperar el control. Dependiendo cómo esté configurado cada sujeto, harán más uso de uno o de otro, precisa Orio. Factores como la formación, la personalidad o incluso las estrategias utilizadas en el pasado para resolver problemas pueden orientar la respuesta en una u otra dirección.
“En entornos donde las reglas son cambiantes, es valioso saber incorporar estos cambios y adaptarse a escenarios evaluando nueva evidencia. Pero todos los extremos son malos: la evaluación constante de la realidad, re-juzgar toda la información que recibimos también genera más ansiedad y angustia. De hecho, es una de las características de la esquizofrenia. Por el contrario, la persona que se queda siempre con sus premisas no podrá adaptarse a un nuevo contexto”, detalla.
Analizar nueva evidencia y formar una nueva percepción toma tiempo. De hecho, el cerebro no puede hacerlo cuando se activan respuestas emocionales. Allí, apaga la información que ingresa y activa mecanismos básicos como arrancar, pelear o quedarse quieto. Habitualmente, las respuestas de sobrevivencia siempre van a estar guiadas por patrones establecidos: es más rápido, eficiente y ya aprendido.
“Cuando el cerebro está relajado es cuando tiene tiempo de re evaluar la evidencia y poder adquirir nuevos patrones y conductas. Esto es complejo porque durante episodios estresantes las cosas que aprendemos, las aprendemos con fuego. Cada vez que hay un evento de ansiedad, peligro o estrés se activan una serie de mecanismos o reguladores van a grabar sobre piedra lo que aprendas en ese momento. Y no será un aprendizaje claramente muy racional, sino más emocional, un recurso que usarás al estar en situación de peligro”, sostiene.
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