Columna publicada en El Martutino el 30 de marzo de 2021
Escrito por John Ewer.
Ha pasado más de un año desde que se detectó el primer caso de Covid-19 en Chile. Luego de un año que para todos fue difícil y eterno y para muchos fue trágico, finalmente vemos luz al final del túnel con la llegada de varias vacunas de demostrada efectividad y que ofrecen la esperanza de volver a una vida que se asemeja a la normalidad que añoramos. Sin embargo, llegar al punto en que podremos transitar por el mundo sin precauciones requerirá que al menos 70-80% de la población haya sido vacunada y haya desarrollado inmunidad. Si bien Chile se ha destacado mundialmente por la velocidad con la cual está vacunando a la ciudadanía, no podemos bajar la guardia porque aún quedan muchos chilenos sin vacunar y porque no tenemos una inmunidad robusta hasta que hayan transcurrido dos o tres semanas luego de obtener la segunda dosis de la vacuna. Además, aún no sabemos si las personas que son ahora inmunes gracias a la vacuna pueden transmitir el virus; este sería un escenario muy complicado ya que estas personas serían asintomáticas pero podrían contagiar a personas no inmunes. Otro elemento que agrega a la incertidumbre es que no sabemos si la vacuna nos protegerá contra todas las variantes actuales y futuras del virus.
Por estas razones, aún no sabemos cuando podremos volver a la normalidad. En el intertanto, ¿qué podemos hacer para protegernos y estar tranquilos? En lo inmediato, ¿qué podemos hacer para bajar el número creciente de casos y reducir el sufrimiento, descongestionar los hospitales y poder suspender las cuarentenas que nos paralizan? Y mirando hacia un futuro cercano, ¿cuáles precauciones debemos tomar de cara a las próximas elecciones?
Un dato muy importante que hemos aprendido sobre el virus es su modo principal de transmisión. Aun cuando es posible contagiarse al tocar una superficie contaminada, el modo principal de contagio es, de lejos, por vía aérea. Todos emitimos pequeñas gotas de agua al toser, estornudar, cantar, hablar e incluso al respirar, y si estamos cerca de una persona contagiada podríamos inhalar esas gotas, contagiándonos. El peligro mayor no son las gotas de mayor tamaño que producimos al estornudar y toser, ya que estas caen rápidamente al suelo (y se pueden contener fácilmente cubriéndonos la boca). El peligro radica en las gotas microscópicas que producimos al respirar y al hablar, que pueden mantenerse suspendidas en el aire por media hora o más.
Existe ya mucha evidencia que estas partículas muy pequeñas o aerosoles son la principal fuente de contagio. Un caso célebre es el de un coro en EE.UU. donde 52 de las 60 personas presentes en el ensayo se contagiaron, a pesar de mantener posiciones fijas, que no hubo contacto físico entre ellas y que usaron hidrogeles. Como este ejemplo hay centenares de casos similares. Esto no es realmente una sorpresa, sabemos hace mucho tiempo que esta es también la vía más importante de contagio para otras enfermedades, como la tuberculosis, o algunas mucho más contagiosas que el Covid-19, como el sarampión y la varicela.
Por lo tanto, si protegernos significa evitar al máximo la exposición a estos aerosoles ¿Cómo lo hacemos? Al igual que para evitar el humo de cigarrillo (que dicho de paso se comporta de manera similar a los aerosoles), lo primero es el distanciamiento físico y usar mascarilla. Sin embargo, es muy importante recalcar que en espacios cerrados estas medidas no son suficientes. Estos aerosoles se acumulan y al igual que el humo de un cigarrillo, pueden viajar incluso a sitios distantes de una sala. Por esta razón, en espacios cerrados la recomendación mas importante es aumentar la ventilación, es decir sacar de la sala el aire viciado y traer aire fresco. Si bien esto se puede lograr con sofisticados sistemas de renovación de aire, simplemente abrir las ventanas y las puertas por algunos minutos cada media hora puede ser muy efectivo.
En consecuencia, si hemos de volver a las salas de clases, oficinas, restaurantes, buses, clínicas, poder ir a votar, etc, para estar protegidos y sentirnos seguros, será esencial enfocarse en la ventilación. Si se desea hacerle seguimiento en el tiempo al nivel de contaminación del aire de una sala se puede instalar un monitor de dióxido de carbono. Al ventilarla por unos minutos cada vez que el nivel alcance 800-1000ppm (aproximadamente el doble de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera), este índice bajará rápidamente e indicará que la sala ha vuelto a ser un espacio seguro.
Adicionalmente, si bien en espacios abiertos el riesgo de contagio es alrededor de veinte veces menor que en espacios cerrados, no cualquier espacio abierto es seguro. De la misma forma que evitamos exponernos al humo de cigarrillo “de segunda mano”, debemos mantener distancia, usar mascarilla al hablar, y asegurarnos que el espacio tenga buena ventilación. Pasar largo rato con otras personas en un paradero de bus o en un callejón angosto podría ser tan riesgoso como estar con ellas en una sala cerrada.
Por otra parte, si son los aerosoles y no las superficies la principal fuente de contagio, es importante también “recalibrar” nuestras medidas de seguridad, reduciendo los esfuerzos por higenizar y fumigar superficies, y seguir incentivando medidas como lavarse las manos con agua y jabón por 20 segundos (o en su defecto usar hidrogel) antes de comer o tocarse la cara. Esto liberará recursos y esfuerzos dedicados a un proceso que es caro y que contamina de manera innecesaria nuestro aire y nuestro entorno, además de generar una falsa sensación de seguridad.
Nos quedan aún varios meses antes de alcanzar el número de personas inmunes que permitan reducir las tasas de contagio, y a su vez existe la urgencia de que los estudiantes vuelvan a sus salas y los adultos a sus lugares de trabajo. En este proceso, que debe resguardar todas las medidas de seguridad, se pueden adoptar medidas eficaces y que no involucran grandes recursos, como la ventilación. Es hora de empezar a implementarlos.