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La ofensiva científica contra el virus fuera de Santiago

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La pandemia examinó la capacidad de respuesta de la ciencia en regiones, en un país donde la generación de conocimiento está centralizada. “Estuvimos a la altura de la emergencia”, dicen a coro varios investigadores. La crisis les abrió la posibilidad de un trabajo interdisciplinario inédito para algunos y de sentarse en la mesa donde se toman las decisiones del país. En ese contexto, la labor de las cinco seremis saca más aplausos que críticas. Pero lo ocurrido en estos meses deja algunas preguntas: ¿Habrá continuidad en el trabajo en equipo? ¿Se podrá dejar instalada esa capacidad científica? ¿Cómo descentralizar la ciencia?

Publicado en La Tercera
El 14 de agosto de 2020

La crisis del Covid tiene al personal médico agotado y bajo máxima presión. Esa situación le daba vueltas a Guillaume Sérandour, director del laboratorio de innovación tecnológica LeufüLab, de la Universidad Austral de Chile (UACh), y a su equipo. Pensaban de qué manera hacer más fácil el trabajo de las enfermeras, especialmente de los sectores rurales de la Región de Los Ríos. Esa inquietud los llevó a crear Ambumatic, una mano mecánica que reemplaza la labor del personal de salud para hacer funcionar un “ambu”, o bolsa de resucitación manual.

Sérandour, investigador francés radicado hace 11 años en el país, dice que el punto de partida fue identificar una necesidad regional que ahora se puede exportar a todo Chile. El proyecto Ambumatic comenzó el 15 de marzo y estuvo listo en apenas tres meses. “La pandemia nos puso una urgencia por delante y la gente trabajó seis días y noches a la semana para sacarlo adelante”, explica.

El investigador cuenta que en estos meses se han establecido redes con los científicos que también trabajan en la manufactura de aparatos para la pandemia y ha existido una relación directa con las autoridades regionales a cargo de la crisis. “Uno se siente más parte del juego”, dice.

En la misma región, un equipo multidisciplinario de epidemiólogos, virólogos, bioquímicos, biólogos y médicos se unió para crear un modelo de testeo masivo del Covid, llegando a realizar 17 mil muestras al mes. “Este grupo nunca había trabajado junto”, dice Claudio Verdugo, director del Laboratorio de Ecología de Enfermedades de la UACh. “A pesar de que somos de la misma universidad, los caminos no se habían encontrado, pero la pandemia nos unió y ha sido muy grato”, agrega.

Con motivo de la emergencia sanitaria, muchos investigadores del país redireccionaron sus esfuerzos para aportar en la crisis. “Pero para ser parte de la solución, primero hay que ser parte de la discusión”, advierte Verdugo. “El científico nunca había estado en las mesas de discusión y acá en la región fuimos escuchados, gracias a los enlaces que creó la seremi. En ese papel, ella ha sido clave”, explica el investigador, refiriéndose al rol de Olga Barbosa, seremi del Ministerio de Ciencia a cargo de la llamada Macrozona Sur. Esos enlaces generaron puentes improbables y este epidemiólogo se ha sentado en la misma mesa con autoridades de la seremi de Salud, del gobierno regional y del Ejército.

Verdugo destaca que se hayan articulado iniciativas a lo largo del país. “Hemos visto una reacción local y regional muy rápida, y eso ha pasado en distintas regiones”, dice. También asume que se llevó una sorpresa con el trabajo en terreno del Ministerio de Ciencia en la región y que tenía un sesgo inicial, porque pensó que con la nueva institucionalidad habría más intermediarios y burocracia. “Esta crisis nos ha demostrado lo contrario. Más bien nos reveló el rol que puede cumplir esta seremi o el ministerio para articular los recursos y poner los acentos”, dice.

Y agrega: “En tiempos de crisis es cuando las instituciones deben mostrar para qué están hechas”.

Poder de decisión
La seremi Olga Barbosa explica que la pandemia se convirtió en una oportunidad para la ciencia y la tecnología. Para esta bióloga -la primera seremi nombrada por el ministro Andrés Couve, en octubre de 2019-, el Covid permitió que la gente viera que el conocimiento científico se puede poner “de manera muy tangible” al servicio de la comunidad. Sin embargo, advierte que, si no hubieran existido las Seremías en las cinco macrozonas que hoy están en funcionamiento, ese desarrollo se habría quedado en la Región Metropolitana. “Las que hemos levantado las iniciativas regionales hemos sido nosotras, y así y todo hemos tenido un montón de dificultades”, asegura.

Según Paulina Assmann, seremi de la Macrozona Centro Sur, la pandemia les dio la posibilidad de instalarse y posicionarse en los comités de emergencia de los gobiernos regionales, poniendo la evidencia en la toma de decisiones y articulando a los investigadores para resolver problemas urgentes. “Se nota la diferencia de poner el capital humano avanzado en el servicio público”, dice la astrofísica de la Universidad de Concepción (UdeC). “Nos eligieron porque tenemos la capacidad de resolver. Eso es lo que nos dan los años de pregrado, doctorado y posdoctorado. Estamos entrenadas para dar solución a los problemas, porque cuando estudiamos, por ejemplo, la interacción de los agujeros negros tú no tienes una respuesta a mano y tienes que buscarla usando el método científico. Esa es la gran diferencia”.

Diversos investigadores destacan el hecho de tener una contraparte científica instalada en su región y que posea, además, atribuciones para decidir qué hacer. Dicen que la comunicación es más fluida, que pierden menos tiempo en burocracia y que es más expedita la llegada de recursos.

Por su parte, en el ministerio y en sus seremis existe la inquietud por dejar la capacidad científica de la pandemia instalada en las regiones. La idea es que el Covid no sea un tema de contingencia, sino que quede como una línea estratégica, teniendo en cuenta que el virus va a durar mucho tiempo activo. Una propuesta es que los laboratorios permanezcan instalados, de tal forma que la próxima vez que ocurra algo similar se recurra al mismo sistema y el país esté mejor preparado.

Aunque las cinco seremis no se conocían cercanamente antes de asumir sus cargos, han tenido buen feeling en el trabajo. El 17 de enero de 2020, cuando Couve presentó a la última seremi -Margarita Lay, en la Macrozona Norte-, esta microbióloga fue incluida en un grupo de WhatsApp que funcionaba hacía semanas llamado “Las Wonder Woman”, donde estaban sus colegas María José Escobar (Macrozona Centro), Pamela Santibáñez (Macrozona Austral), Olga Barbosa y Paulina Assmann. La relación se ha estrechado con el tiempo: el último viernes de julio celebraron vía Zoom el cumpleaños de Assmann.

Su trabajo también ha despertado algunas críticas a nivel central y en sus regiones, porque ellas demandan rapidez de respuesta. “Dicen que somos ‘intensas’ porque nosotras vinimos a irrumpir en este espacio”, explica Barbosa. “Tenemos habilidades, currículum y hemos trabajado en la interfaz entre ciencia, lo privado y lo público. Conocemos el sistema y además somos de regiones, no es que llegamos el año pasado. Yo no puedo darme el lujo de perder tiempo o calentar una silla, dejé mi carrera científica por esto y lo que estoy hipotecando es super alto. Y, además, tenemos muy poco tiempo para generar los cambios que queremos”.

En el grupo de WhatsApp, las seremis se coordinan permanentemente e intercambian ideas. Por ejemplo, la primera semana de abril, María José Escobar compartió un estudio publicado en Nature donde un grupo de científicos holandeses había encontrado el rastro del coronavirus en aguas residuales. “Miren esto, ¿lo podremos hacer acá?”, sugirió. Cada seremi empezó a indagar en su zona para ver la factibilidad de llevarlo a cabo. El “sí” llegó desde la Octava Región.

Trabajo en equipo
“Las aguas residuales son un copuchento inevitable”, dice Homero Urrutia, coordinador -junto a su colega Cristian Gallardo- del Laboratorio de Diagnóstico Molecular de Microorganismos Ambientales (LDMMA), del Centro de Biotecnología de la UdeC. Urrutia explica que el análisis de aguas servidas es muy utilizado en todo el mundo y resulta un “buen espejo sanitario” para la vigilancia toxicológica y epidemiológica. “Es una estrategia precoz muy eficiente”, dice, y agrega que algunas publicaciones científicas señalan que se ha encontrado el coronavirus 30 días antes que la detección clínica. “Esto te da tiempo para reaccionar, no te sorprenden y eso salva vidas”, dice.

Su equipo realizó este trabajo en Chillán, con aguas provenientes de hogares de ancianos, de la cárcel y de hoteles que funcionan como residencias sanitarias, y tuvo resultados positivos en estos últimos. “Con esta información, se puede establecer la circulación del virus por cuadras o lugares específicos, o alertar sobre el riesgo de infección”, explica Urrutia.

Este investigador se suma a la opinión de varios colegas: la ciencia regional ha respondido a la crisis. “Si esto hubiese funcionado como habitualmente lo hace la ciencia en Chile, que es a través de iniciativas personales o de una institución, no habría existido la misma respuesta y habríamos andado bastante más lento”, asegura.

-¿Por qué este trabajo interdisciplinario no ocurría más a menudo antes de la pandemia?

-La razón es muy sencilla y preocupante. La forma en que la ciencia se evalúa en Chile es a través del currículum de los científicos. No basta con que publiques, te preguntan si eres autor principal. No basta con tener proyectos, te preguntan si eres jefe. Entonces, se privilegia el desarrollo personal y no se valora la formación de equipos de trabajo.

Urrutia agrega: “En la época de Einstein o Fleming, el conocimiento científico era empujado por capacidades personales, pero esa etapa se superó hace rato, porque la cantidad de información que se genera supera la capacidad de análisis de una persona. Tiene que haber equipos multidisciplinarios”.

La pandemia, dice el investigador, provocó un remezón de sentido común: “Los cambios se producen en tiempos de crisis, no porque hagas esa reflexión en la ducha. El punto es: cuando pase la ola, ¿qué va a pasar con estos grupos? No puede ser que nos juntemos sólo ahora, esto debe ser un proceso de colaboración permanente, un sistema articulado y financiado”.

El grito del norte
La seremi Margarita Lay se suma a la tendencia: dice que la respuesta científica en la Macrozona Norte ha sido “excelente”. Las universidades de su área levantaron una red de laboratorios de diagnóstico, y Lay destaca la labor de la Universidad de Atacama, que comenzó incluso antes de ser contactada. “Creo que es un ejemplo a nivel nacional. Han procesado más de 25 mil muestras ellos solos, porque son el único centro de diagnóstico de toda esa región”, dice.

El bioquímico César Echeverría es el director de investigación de esa universidad. Dice que, con poco equipamiento y poca capacidad instalada, se logró responder de forma satisfactoria a la emergencia sanitaria. “Imagínate que tenemos un equipo de PCR en toda la región. En Puerto Montt, cada salmonera debe tener 50 equipos de estos. Es así de triste”, dice.

Echeverría dice que el rol de la seremi Lay “pudo haber sido mejor”. “Prefiero que esté más preocupada del quehacer de la investigación que del político”, señala. Por ejemplo, a algunos investigadores de esa Macrozona les molestó que, en vez de asistir a una reunión de coordinación de los laboratorios de diagnóstico, la seremi fuera a repartir cajas de alimentos, actividad que luego publicó con fotos en Twitter.

“Los científicos tienen que entender que las seremis no estamos sólo para atenderlos a ellos, sino también a la comunidad. Somos actores políticos también”, explica Lay, y lo ejemplifica así: “Yo tengo seis jefes: el ministro, la subsecretaria y cuatro intendentes”.

-¿Debiera la persona que tiene que coordinar los laboratorios en una macrozona ir a repartir cajas de alimentos?

-Eso hay que preguntárselo al Presidente de la República, responde una fuente del ministerio.

Lay y Echeverría -además de varios consultados en este reportaje- comparten la preocupación sobre el centralismo en la ciencia. La muestra más reciente son los resultados del Fondo Covid-19, dados a conocer a principios de julio. Ese fondo repartió $ 2.300 millones a 63 proyectos seleccionados y en total postularon 1.033. De los 63 ganadores, 37 eran de la RM. La Macrozona Centro-Sur se llevó 12; la Sur, 7; la Centro-Norte, 4, y la Norte sólo 1. Desde la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) explican que priman criterios como la calidad científica y la excelencia académica de las propuestas, y que en las distintas convocatorias un número considerable de los proyectos postulados se concentra en la RM. “Eso da cuenta de la brecha que existe respecto al resto de las regiones”, señalan.

“No tengo explicación”, comenta el bioquímico César Echeverría, con desazón. “No se puede dejar a una macrozona con un solo proyecto si se aprobaron más de 60. Sin un impulso inicial, jamás vamos a competir con la realidad de otras universidades”, explica.

Estos resultados se suman a otros indicadores que reflejan lo centralizada que está la generación de conocimiento. El 55% de los proyectos de investigación adjudicados por Conicyt entre 2008-2018 están albergados en una institución de la RM. Además, según el informe Caracterización de los emprendimientos y empresas de base científica tecnológica en Chile, de febrero de este año, dos de cada tres empresas de base científica tecnológica de Chile (EBCT) están en Santiago (63,8%). Después se ubican en Biobío (10,3%), Valparaíso (9%), Los Lagos (4,3%), La Araucanía (3,3%), Maule (2,7%) y recién ahí aparece una del norte: Antofagasta (1,7%).

¿Son tan malos los proyectos de regiones? ¿Es el capital humano el que falla? ¿Es la infraestructura? ¿Es la forma de evaluar? ¿Son los evaluadores? Estas preguntas rondan entre los científicos. “Hay un sesgo y tenemos que emparejar la cancha”, dice Lay. “Quizás debieran cambiar a los evaluadores o entrenarlos para que se fijen más en el proyecto que en el nombre del investigador o de que venga de tal universidad”, agrega.

Un investigador que prefiere el anonimato dice: “Si quieres formar polos de ciencia regional y tienes los mismos parámetros de evaluación, vas a seguir atomizando los esfuerzos y van a aparecer liderando los mismo de siempre”.

Santiago (no) es Chile
Ramón Latorre, director del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, dejó la capital cuando tenía casi 60 años. Recién ahí, dice, se dio cuenta de lo centralizado que es este país. “Cada región es particular y si haces que crezca, esa región contribuye al patrimonio cultural y a un país mejor. Por eso me transformé en un talibán de las regiones, porque este país no existe, este país es Santiago”, dice Latorre, Premio Nacional de Ciencias 2002 y quien en 1984 junto a Claudio Bunster fundó el Centro de Estudios Científicos en la capital y que en 2000 se trasladó a Valdivia.

Para Latorre, tiene que haber una actitud agresiva para descentralizar, “aunque pises algunos callos”. Explica que una manera de hacerlo es crear una política de igualdad de regiones, tal como existe una de igualdad de género: “Si postulas a través de un centro de excelencia que esté en regiones, debes tener un plus, un punto a favor”, dice. “Pero no estamos hablando de disminuir la calidad”, advierte.

Nibaldo Inestrosa, director del Centro de Envejecimiento y Regeneración de la UC, estudia el alzhéimer desde los años 90. Dice que los grandes laboratorios del mundo han sido incapaces de generar las drogas para combatir esa enfermedad y como los remedios del futuro se encuentran en condiciones extremas, como en la Antártica, decidió estar con un pie en la capital y con otro en el extremo sur. Gracias a fondos del plan Especial de Desarrollo de Zonas Extremas, el 24 de septiembre de 2019 se inauguró el Centro de Excelencia de Biomedicina en la Región de Magallanes.

“Me dijeron: ‘cómo te vas para allá, no es lo mismo que estar en Santiago’. ¿Y cómo que no es lo mismo? Si para hacer ciencia lo que importa es la cabeza y teniendo equipamiento se puede hacer”, dice, y agrega que ha llevado “bastantes científicos jóvenes y hay gente de buena calidad allá”.

Según Inestrosa -Premio Nacional de Ciencias 2008-, en la capital hay demasiados centros de investigación. “¿Cuánta es la gente top que puede hacer ciencia en Santiago para tener un centro? Son contados con los dedos de las manos. ¿Cuántos centros de los que existen hoy día tienen premios nacionales? ¿Habrá cinco o seis? Eso ya te muestra algo”, dice.

La capital concentra los proyectos de investigación asociativa: de los 13 centros Fondap, 10 están alojados en Santiago. De los 17 centros con financiamiento basal, 11 están en la RM, al igual que 7 de los 10 Institutos Milenios.

“El país debería redistribuir su capital hacia donde quiere tener impacto a nivel global. ¿Cuántos centros de investigación sobre minería o sobre uso del cobre existen en Chile? Ni uno. Deberían ser financiados por la empresa privada y el gobierno, no le estoy echando la culpa sólo al gobierno”, dice Inestrosa.

El informe Aportes para un Sistema de Ciencia y Tecnología descentralizado, equitativo e inclusivo, que elaboró el último Consejo de Conicyt en 2019 -antes de que esa instancia diera paso a la ANID- entrega algunas propuestas. Dice que tomando en cuenta la geografía del país, los Laboratorios Naturales pueden ser la base de generación de conocimiento científico de frontera para el estudio de extremófilos, glaciares, volcanes, energías renovables, oceanografía, astronomía, entre otros tópicos. “Estos laboratorios poseen características únicas y difíciles de ser replicadas en otro lugar del mundo”, dice el documento.

También se propone la creación de una Mesa Regional Permanente en ANID, con al menos un representante investigador de cada región, para proporcionar la mirada regional a los instrumentos de la agencia, y la generación de iniciativas como un Fondecyt Regional o becas de posgrado destinadas a regiones.

Según Olga Barbosa, se debe atacar el fondo. “En el ministerio hay que hacer algo mucho más sofisticado que decir ‘tenemos un sesgo de género y uno de regiones, entonces vamos a dar más proyectos acá y allá’. Puede que eso se haga, pero lo importante es entender cómo y por qué se da ese sesgo de tal forma de corregir el sistema lo más complejamente posible. Así podremos avanzar hacia un cambio cultural”.

Lee este reportaje en La Tercera
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