Andrea Calixto, subdirectora del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso llama a adoptar políticas públicas más efectivas ante el impacto que tendrá en las próximas décadas la inseguridad alimentaria que se agudiza en Chile y el mundo. La investigadora, que explora los efectos de la dieta en el sistema nervioso, comenta que no solo el hambre, sino también la malnutrición afectarán el desarrollo adecuado del cerebro, sobre todo en los niños. Reportes internacionales calculan que hasta 690 millones de personas se van a dormir sin haber ingerido el mínimo de nutrientes necesarios para subsistir en todo el planeta, mientras que, en nuestro país, el INTA alertó sobre el aumento de focos de desnutrición en grupos vulnerables.
Publicado en El Mostrador el 19 de mayo de 2021
Andrea Calixto, subdirectora del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso (CINV), aseguró que la inseguridad alimentaria que vive el país y el mundo como consecuencia de la pandemia podría tener impactos de largo plazo sobre el cerebro de las poblaciones más vulnerables, si no se adoptan políticas públicas de mayor efectividad en la materia.
La investigadora, quien explora en este Instituto Milenio los efectos de la dieta en el sistema nervioso central, asegura que la malnutrición y el hambre son dos fenómenos que ocasionarán trastornos irreversibles en las próximas décadas en el desarrollo cognitivo, en especial de los niños que viven en la pobreza.
Es urgente, subraya, impulsar acciones más drásticas ante lo que ocurre en Chile y el mundo.
“Para que un cerebro se desarrolle necesita de una buena nutrición. Es un órgano energéticamente caro, que ocupa el 80% de la energía de nuestro cuerpo. Para estudiar, por ejemplo, esto es fundamental. El crecimiento de las neuronas y que la masa encefálica alcance el tamaño adecuado necesita energía, tanto nutricional como el consumo de moléculas específicas que contribuyan a la comunicación neuronal”.
Por eso, agrega la neurocientífica, “cuando hay hambre, que es además una de las situaciones que más se fija en la memoria genética, porque falta alimento, estamos en un problema sumamente grave. A ello se suma la malnutrición, causada porque las personas no se pueden permitir pagar por una alimentación con todos los nutrientes necesarios para un adecuado desarrollo del cerebro. Esto es especialmente grave en el caso de los niños”.
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Recientes informes internacionales dan cuenta de la magnitud de la problemática a nivel mundial: 200 ONG ‘s alertaron que más de 34 millones de personas están en alto riesgo de morir de hambre en el mundo. El año pasado, la ONU ya había pronosticado una hambruna “de proporciones bíblicas”, llamando a los países desarrollados a destinar recursos para mitigar los impactos en naciones en mayor riesgo.
Mientras, en las últimas semanas, representantes del INTA de la Universidad de Chile expresaron preocupación por la aparición “de focos de desnutrición en grupos vulnerables”, una problemática ya erradicada del país. En este contexto, Calixto es categórica en advertir que un cerebro desarrollado (adulto), pero mal nutrido, es un cerebro “que no puede trabajar”, mientras que aquel que está en proceso de crecimiento, es imposible que logre un desarrollo adecuado.
Alimentación y desarrollo
En su laboratorio, especializado en el desarrollo del sistema nervioso, Calixto estudia a un pequeño gusano llamado Caenorhabditis elegans, que se alimenta de bacterias. Estas conforman la microbiota, una población bacteriana que incide en diversos procesos moleculares, entre ellos el funcionamiento del cerebro.
Este gusano representa un caso crítico de supervivencia ante el hambre: cuando deja de comer, su crecimiento se detiene y muere a los dos o tres días con el tamaño de una larva. Pero si el hambre ocurre durante su período de reproducción, las crías nacen dentro del cuerpo de la madre y esta cede su cuerpo como alimento.
La investigadora del CINV afirma que se trata de un ejemplo extremo de “auto sacrificio”, pero que evidencia la importancia de la alimentación para la supervivencia de todos los organismos.
“Las madres retienen a sus crías dentro de su propio cuerpo, estas nacen en su interior y se comen a la madre. Es un caso que muestra que sin la alimentación y los nutrientes específicos ningún organismo se puede desarrollar, mucho menos el cerebro, que es el órgano energéticamente más caro”.
La neurocientífica de la Universidad de Valparaíso agrega que estudios de otros grupos de investigación también han mostrado que organismos que no tienen microbiota, esta no se ha desarrollado adecuadamente o ha sido eliminada con antibióticos, se generan grandes problemas en el desarrollo del sistema nervioso, con daños cognitivos, como por ejemplo, problemas en el aprendizaje.
“Esto ha demostrado que microbiota es clave para el desarrollo del sistema nervioso y su calidad depende de lo que nosotros comemos. Es una cadena de necesidades que cuando los nutrientes no están, y con nutrientes me refiero a nutrientes como el azúcar o el pan, pero también a moléculas específicas, como vitaminas, los impactos en el cerebro son importantes: las neuronas no migran hacia donde deben migrar o no se comunican como deben hacerlo”.
Cerebro y nutrición
La subdirectora de CINV añade que, debido al hambre, miles de personas morirán y otros tantos no pasarán de la infancia. Quienes lo hagan tendrán también igualmente impactos irreversibles en su capacidad de reproducirse. Todos estos componentes, advierte, están relacionados: el estrés, el hambre y sus efectos en la microbiota.
“Entonces tenemos un problema muy serio con respecto a las generaciones que estamos formando, porque tampoco están accediendo a los nutrientes que les hace falta para el desarrollo correcto de su sistema nervioso, mucho menos para generar memoria, para aprender, para poder asimilar los desafíos de un sistema escolar”.
A nivel cerebral, los impactos serán tanto físicos como emocionales. “Todos los capítulos de nuestra vida están relacionados”, asegura Calixto. Si un cerebro no recibe los nutrientes necesarios, tampoco estará motivado. La motivación es uno de los tantos atributos que se pierden ante la falta de alimento o la mala calidad del que se ingiere.
Individuos de todos los grupos se ven afectados, pero los niños, que además han disminuido su actividad física y las interacciones sociales, serán sin duda los mayores afectados en su ritmo y capacidad de aprender.
“Puede ser que algunas familias estén generando los espacios para que ese aprendizaje ocurra, pero son los grupos privilegiados, pero la gran mayoría, con padres que deben salir a trabajar, la historia es otra. Y eso es una tragedia en un país que no se hace cargo, porque los grupos más afectados son los de siempre”, lamenta.
“La pandemia lo que ha hecho es reflejar e incrementar la terrible desigualdad que tenemos. En este contexto, la educación deja de ser un derecho y pasa a ser un privilegio. Dos años en la vida de un adulto no es mucho, pero de un niño es harto. Debemos mejorar la calidad de vida durante la pandemia. Hay que generar espacios para que las personas se ejerciten y el espacio para que tengan una vida digna. Eso no se ha logrado en lo más mínimo, lo cual es absolutamente impresentable. Es un tema sobre el que la sociedad debe reflexionar”.
La memoria del hambre
El hambre es una de las situaciones de estrés que más afecta la memoria genética. Se fija, de hecho, por varias generaciones posteriores. Así lo evidencian diversos estudios de memoria transgeneracional realizados de manera posterior a las guerras mundiales. Los hijos y nietos de las personas que padecieron hambre, explica Andrea Calixto, tienen conductas similares a las de su ancestros, aun cuando ellos no sufran el problema.
La microbiota juega un rol en el traspaso genético de esta información entre generaciones, expone la neurocientífica. La falta de alimento provocará un estrés que tendrá efectos de largo plazo en la población de bacterias del organismo, aunque aún está por ver si eso podría alterar conductas vinculadas con el funcionamiento cognitivo, entre estas, la memoria o el aprendizaje.
“El hambre es una de las cosas que más se fija genéticamente. Los individuos que están sufriendo hambre hoy, considerando además que muchos de ellos morirán, afectarán a sus descendencias. El microbioma se afecta por muchas cosas, pero una de las que más lo daña es el estrés. Y la gente que sufre hambre está estresada a niveles altísimos, por tanto su microbioma es distinto de aquellos que lo están pasando bien”.
Mejora en políticas públicas
La subdirectora del CINV expone que la inseguridad alimentaria en Chile debe abordarse desde políticas públicas más efectivas, principalmente por sus impactos irreversibles en grupos vulnerables de la sociedad y poblaciones infantiles. Según explica, hay etapas impostergables donde niños y niñas deben acceder a alimentos y nutrientes para propiciar el desarrollo del sistema nervioso, y eso no ha sido garantizado por el Estado.
“Todo ese desarrollo temprano no puede revertirse dos años más tarde. El efecto del hambre en el cerebro es irreversible cuando es de larga duración, por lo tanto eso debería ser un tema primordial. Por algo los programas del Estado cuando funcionan incluyen darle comida a los colegios. En Chile, el hambre ha aumentado porque las personas han perdido su trabajo y la seguridad social no existe”.
Ante esto, Calixto hace un llamado a “ver esto como un problema de la magnitud que tiene”, debido a los potenciales efectos en el desarrollo del aprendizaje, las emociones y la inserción social de las poblaciones vulnerables. A su juicio, la gestión de las políticas públicas durante la pandemia no ha garantizado la urgencia de que estas familias preserven su derecho a la nutrición adecuada.
“La caja que entregó el Gobierno, por ejemplo, no tenía nada que ver con los mínimos básicos de una canasta nutritiva. Ahí hay una mala política que además evidencia lo caro que es comer bien en este país. Es prohibitivo, si uno suma productos como ensaladas, frutas y proteínas como pescado o carne. ¿Quién puede pagar por productos orgánicos? El precio de una dieta adecuada es impagable. La mejor inversión que podemos hacer como país es comer bien”, concluyó.